sábado, 14 de abril de 2018

Ana Karenina - León Tolstói

''Todos piensan en cambiar el mundo, pero nadie piensa en cambiarse a sí mismo'' - León Tolstói

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Creo que esta cita define perfectamente a la mayoría de las personas que no paran de quejarse y sin embargo no hacen nada por cambiar. No puedes cambiar a los demás si no cambias tú primero. Si quieres un cambio, tienes que predicar con el ejemplo y empezar por ti mismo.
Además, esto va muy unido al típico ''ves la paja en el ojo ajeno pero no la viga en el propio'', es decir, ves lo que otros hacen mal y tienen que cambiar pero no ves nunca lo que tú haces mal y tienes que cambiar.
Al final, esto es lo que provoca que todo siga igual y nada mejore.
Y lo vemos cada día, por ejemplo, cuando los políticos se acusan unos a otro de ladrones. Ellos son los primeros que roban, y sin embargo lo que hacen es echárselo en cara a otro para que cambie sin pararse a pensar en ellos mismos y cambiar ellos primero.

Esta cita, pertenece a León Tolstói, hijo del noble propietario y de la acaudalada princesa María Volkonski. Es uno de los autores más importantes de la literatura universal. En sus obras intentó reflejar fielmente la sociedad en la que vivía, ya que estaba adscrito a la corriente realista. A pesar de ello, en sus últimos años tras varias crisis espirituales se convirtió en una persona profundamente religiosa y altruista, rechazó toda su obra literaria anterior y criticó a las instituciones eclesiásticas en Resurrección, lo que provocó su excomunión. Además, Tolstói se definía como naturista y era vegetariano. Más adelante, Tolstói dio origen al denominado Movimiento tolstoyano.
Tenía ideales que o eran habituales entre las personas de su época, los cuales expresaba en sus novelas y en sus ensayos.

En el artículo de ''La importancia de llamarse Karenina'', se muestra, haciendo una muy interesante reflexión sobre la obra  y el personaje de Tolstói, que el machismo está arraigado en nuestra sociedad incluso en el nombre de las personas.

Las mujeres, adoptan el apellido de sus padres y sus maridos como muestras de la relación que se establece entre ellos. Mientras son responsabilidad y ''propiedad'' del padre, es decir, están solteras y viven con su familia, las mujeres llevan el apellido que se les encomendó al nacer, el de su padre. sin embargo, cuando se casan, dejan de ser propiedad de su padre para pasar a ser de su marido, y de este modo, adoptan el apellido de este. Es decir, podríamos identificar el apellido de las mujeres como una marca o una etiqueta que indica a quien pertenece la susodicha.

Ana Karenina, sabe lo que significa en realidad llevar el apellido de su marido. Sabe que no hay manera de evitar ser propiedad de alguien mientras lleves un apellido. Debido a esa etiqueta obligatoria siente que en ningún momento podrá ser libre y no pertenecer a nadie. Por culpa de esa etiqueta, ella acabará quitándose la vida. Sola y únicamente por el lastre que supone para ella algo tan fundamental y básico como su nombre. Un nombre que la condena.

miércoles, 11 de abril de 2018

Frankenstein - Mary Shelley

Entré en clase inseguro, con ganas de salir corriendo y muy nervioso. A pesar de ello crucé el umbral de la puerta y me dirigí a mi sitio. Noté la mirada de 30 personas posadas en mí, se me clavaban como cuchillos. Quemaban. Empezaron los comentarios y las risas ahogadas. El profesor, me observaba incredulo. Abrió la veda.

-Señorita, ¿se puede saber qué hace?

Clavé mi vista en mis manos. Hice como si no fuese conmigo.

-Señorita, míreme.

Al ver que seguía sin darme por aludido, se tomó la libertad de venir hasta donde estaba sentado y levantarme el mismo la cabeza.

-¿Qué se cree que está haciendo?

Le mire con los ojos llenos de rabia e intenté bajar la cabeza, pero no me dejó.

-Señorita, en este centro hay normas que deben respetarse, y una de ellas que el uniforme de las niñas es una falda, la cual no lleva. ¿Y se puede saber que se ha hecho en el pelo? No creo que su padre esté conforme con nada de esto, así no tendré más remedio que llamarlo. Acompáñeme a dirección.

No respondí ni me levanté, el mismo se encargó de agarrarme del pelo y llevarme a dirección.

Mientras esperaba sentado en una silla delante de la puerta del despacho del director, me fue invadiendo una sensación de culpabilidad y tristeza. Si no me sintiese así, todo sería mucho más fácil. Si fuese una niña o un niño normal, si no hubiese nacido en el cuerpo equivocado, o con la mente errónea. Si fuese capaz de ponerme una falda sin sentirme disfrazado.
Quizá la culpa es mía, quizá debería aceptar lo que soy, una niña. Quizá debería irme a casa y volver a ponerme una falda, dejarme crecer el pelo de nuevo y volver a referirme a mí mismo con mi nombre. Quizá debería dejar de ser Lucas y volver a ser Cris.

Un ruido me sacó de mis pensamientos y antes de poder identificar de dónde había venido el estruendo noté cómo una mano impactaba contra mi mejilla tirándome de la silla. Miré hacia arriba desde el suelo y vi a mi padre. Me cogió del brazo y me volvió a levantar.

-¿Ya estás otra vez con la tontería? Cristina, deja de hacer el imbécil y empieza a comportarte como una señorita. Ya no tienes cinco años.
-No puedo, no quiero.
-¿Qué dices?
-No puedo comportarme como una señorita porque no lo soy.

Mi padre volvió a pegarme y acto seguido me arrastró hasta su coche, abrió la puerta y me empujó dentro.
No iba a volver a ser Cris. No soy Cris. Soy Lucas. Y nadie va a impedirlo.

Cuando llegamos a casa, bajé del coche y empecé a caminar hacia la puerta.

-Quiero que subas y te cambies inmediatamente ese pantalón por la falda del colegio. ¿Me oyes?

No me giré. Seguí caminando y cerré de un golpe tras de mí.
Subí a mi habitación, me cambié el uniforme por un chándal y me tiré en mi cama.
Al cabo de un rato, mi padre apareció por la puerta con unas tijeras en la mano.
-¿Qué te he dicho que hicieras?
Me levanté asustado y me quedé de pie, justo delante de él. Inmóvil.
El me apartó, dejando las tijeras encima de la cómoda y empezó a buscar los pantalones de la discordia. Cuando los encontró, los cogió y alargó la mano hacia las tijeras. Iba a destrozarlos. Instintivamente cogí las tijeras para intentar evitar que pudiese hacerse con ellas.

-Cristina, dame las tijeras.
-No.
-Cristina, es una orden, no una sugerencia.
-No te las voy a dar.
-Sí me las vas a dar.
Se echó encima de mí para intentar quitare las tijeras de las manos, pero antes de que fuese capaz de hacerlo, se las clavé en el estómago.
Fue un reflejo, un movimiento involuntario para defenderme, pero lo hice.
Observe cómo caía de rodillas mientras se llevaba las manos a la herida. La sangre salía a borbotones tiñendo de rojo toda su camisa y el suelo. Clavé mi mirada en sus ojos, en ellos solo encontré rabia e ira. No había tristeza, no había decepción, no había arrepentimiento.

Pero en los míos estoy seguro, que tampoco había nada de eso. Estoy seguro, de que solo había alivio, porque eso era lo único que invadía mi pecho en ese momento.

Alivio. Paz.

Poema

Hola!  Esta es la última entrada del curso y como despedida traigo un poema que tuvimos que hacer en clase. Años años de golpes secos ...